Las vergüenzas de las Altas Cortes en Colombia.
Es una vergüenza la que invade en
estos días, no solo a la corte constitucional, sino también a todo el país,
producto del escándalo protagonizado por el magistrado Jorge Pretelt y las
posteriores declaraciones que este proporcionó “salpicando” a otros personajes
e instituciones.
Si bien, no es motivo de sorpresa
que un personaje de la vida pública colombiana esté implicado en escándalos de
corrupción, lo que es de sorprender es que este sea un miembro de la corte
constitucional, posiblemente, la más importante de las denominadas altas cortes
debido a que tiene la compleja labor de vigilar y proteger que no se mancille
la Constitución Política de 1991.
Y fueron los mismos
constituyentes del 91 quienes la crearon mediante el Capítulo IV de la constitución,
el cual a su vez hace referencia a las funciones, conformación, impedimentos y
demás de la Corte Constitucional, una corte de absoluta relevancia para el
mantenimiento de la recién instaurada democracia participativa y pluralista.
Lo complejo de este caso, no es
solo el de demostrarse que quienes fungen en dichos asientos, bajo el título de
magistrados no son más que simples personas quienes ante todo preveen sus
intereses particulares sobre los generales, sino, lo verdaderamente grave es la
perdida de legitimidad de la que debiese ser una magna institución.
Pero, ¿Quién puede condenar a
estos personajes?, no se sabe bien porque, pero los constituyentes decidieron
que quienes “conocer las acusaciones” de estos (como bien se lee en el artículo
173 de la constitución) son los mismo que los eligen, estos son: los no muy magnos
senadores de la república, de acuerdo a lo que determine la comisión de
acusaciones (que tampoco es que sea muy eficiente) de la cámara de
representantes; esto es, primero la comisión de acusación debe de hacer un
proceso y si pasa de ahí, se traslada al senado… Un procedimiento algo
engorroso y tedioso, más aun, cuando muchos califican a esta comisión como la comisión de impunidad.
Lo curioso del caso es que en
días pasado el (no sé si llamarlo prestigioso o simplemente famoso) abogado
Abelardo de la Espriella afirmó que la ética no tiene nada que ver con el
derecho, si bien, en teoría tiene razón, en la practica la ética debe guiar
cada uno de los accionares del ser humano. En estos momentos, pareciera que
este es el imperativo que da la ruta de navegación para nuestros dignos magistrados.
Ante esto, pareciera que la única
solución es una nueva constituyente, pero ¿Qué tanto esto puede solucionar la
corrupción en las altas cortes?, ya que pareciera que los niveles de maldad (¿?)
de nuestros padres de la patria es tal
que se adaptan a cualquier transformación institucional, llevándolo a niveles
no imaginables. A mi parecer, designar un magistrado es similar a un voto de
confianza, obviamente no se debe de esperar que estos sean unos semi-dioses, o
que representen la pureza, pero lo mínimamente aceptable es que simplemente
hagan lo que deben de hacer, en este caso, velar por la protección de la
constitución.
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